martes, 2 de diciembre de 2008

El fracaso del dique

Miradlo ahí vencido por el temporal.

Enorme cagada de cemento que emborrona el horizonte y hace un corte de mangas a la otrora emblemática bahía. Pero miradlo ahora inútil cubierto por el mar que ha pretendido enmerdar.

Ningún abrigo provocará esta enorme porquería. Ningún crucero con millonarios jubilados se podrá atrever a amarrar aunque fuera por un momento; para que su tacaño e intransigente pasaje desembarque a comprarse un polo y echar una meada en tierra.
Este sueño de los grandes enemigos del paisaje es un puto fracaso en todos los sentidos.

Para nada habrá servido. Solo para solaz de los señores del cemento y el hormigón armado; los que -emulando al vate asesinado- de plomo tienen las calaveras. Por eso no sienten emoción. Ellos habrán podido disfrutar estos años de la destrucción de la costa oeste de la isla. De la erección, que al final se descubre débil y fofa, del mastodonte de cemento. Del enmarronameinto y emerdamiento del mar límpio de la bahía, al que voraces ansiarán ver tiznado ya o portador del chapapote que les alimenta. Y de cadáveres de peces intoxicados.
Y del nacimiento de una solemne montaña de escombros a modo de monumento a su hazaña, de templo de sus miserais, que permanecerá al lado del engendro como emblema y lugar de adoración y admiración de la porquería. Junto a las intuidas e imaginadas tascas y tabernas portuarias, atestadas de rudos marineros del norte con camisetas de rayas horizontales y antebrazos tatuados de anclas, en pos de añorado putiferio, que nunca llegarán -como tantas cosas- a inaugurarse. Y de chabolos desmontables donde expender pescado fresco comprado de grandes superficies. Fletanes, pagnas y calamares patagónicos rebozados en aceite requemado de inacabables y malolientes fritangas.

Mirad al puto dique humillado y vencido por el mar embravecido sin poder contener su rabia noble. Su venganza.

Mirad al gran monumento a la estulticia venirse abajo, arredarse y cagarse cual banderillero fondón ante un simple utrero.

Pero ellos, los de las púmbeas calaveras no lloraran, que las cementeras repondrán prestas el vacío y el trajinar de máquinas creando miseria y enturbiando el mar saben que continuará. Y les basta el movimiento sin rumbo ni objetivo claro

Que ellos en el fondo son felices destruyendo.

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