Había algo en el aire quieto de la mañana. En el ambiente mortecino. Algo indefinible.
Y no no me refiero al enorme gozo que embarga las almas que se hacen beatíticas por unos días. Entre carajillos, copas de maría y de cava; durmiendo luego la mona. Era una ausencia. Una carencia que nos hacía indecisos y titubeantes.
Un dia sin el garabato diario del hacedor. En realidad sin el hacedor mismo pero acaso sea lo que más se note a faltar: la meida página inferior izquierda garabateada.
Celebro en cualquier caso el merecido día de descanso del garabatero.
Y la meteorología acompaño su meditación -no es este su tiempo para abandonarse a los placeres mundanos, aun seguro cumpliría con sus deberes con las huestes de Rouco-. Junto al dique erecto. Su dique tan ansiado. Su pedazo de cemento amado. Su verdadero santurario. Allí lo vi al atardecer, cara al sol de la bahía, severo y taciturno, junto la bahía enmerdada.
¿Que trazaría su mente cobijada bajo su mirada y gesto por un día serenos? Desprovistos de su relampagueante azoramiento.
No hay que pensarlo siquiera: garabatos. Garabatos para contar la vida; para echar un cable, garabatos. GArabatos para todo. Para todos garabatos.
Clarividentes garabatos para afrontar la crisis.
viernes, 26 de diciembre de 2008
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