A mi tambien me gustan las fiestas.
Siempre me han parecido misteriosamente emocionantes y mágicas. Mas estas palabras sin duda están demasiado gastadas y me avergüenza que coincidan con las que profieren aquellos que odio.
Esta cofradía de vividores pseudo intelectuales que las mancillan y las politizan -hacia la derecha, por supuesto-.
Nunca he proferido gritos xenófobos y siempre he padecido el grave mal de no poder beber, ni he pegado ni he estado dispuesto a hacerlo por ellas.
Pero me gustan mucho estas fiestas.
Mucho más que aquellos que se llenan la boca de palabrería fatua y espumosa. Dispuestos siempre al insulto, al anatema y a la pendencia. Pero que tiene cabida en todos los cenáculos.
En silencio disfruto de estas fiestas. Más que a aquellos que hablan y hablan. Con impostada y espumosa emoción.
Que estas fiestas no se puede describir con palabras. Por ello es que sobra tanta perorata y tanta falsa erudición. Y tantas retransmisiones en directo.
Me emociona ver pasar y discurrir los caballos inmesos y majestuosos iluminando en su negrura imponente la noche mágica; guiados con destreza por la entrañable gente del campo (más noble que cualquier otro de la cabalgada). Los amos verdaderos de esta fiesta. Honrados y taciturnos; comedidos y sabios. Serenamente resignados pero dignos. Por una vez liberados de su pretendido asenderamiento.
Buena gente. Lo mejor de esta tierra.
Verlos pasar solamente. Y entrar en las casas de la gente normal que disfruta pacífica y hospitarlaria de las fiestas; sin más alaracas.
Sin la tontería de presuntos sabios vividores que quieren politizarlas.
Y aunque algún imbécil borracho estorbe mi plácida visión y me coloque un vaso de plástico sobado en la boca y pretenda hacerme engullir su asquerosa pócima y me grite –¡Bebe, Coño!-. Zarandeándome e intentando hacerme apartar de mi plácida visión de los caballos en la noche compartiendo con la gente normal la sencillez de unas fiestas inigualables.
Y consiguiendo que me asquee cuanto no puedo dar dos pasos sin que otro gilipollas me agarre y pretenda hacerme bajar por ejemplo a un mugriento sótano donde –lejos de los caballos (por supuesto)- suena múscia pachanguera. Y donde reposa el maldito patan de los pantalones amarillos y demás nefasta compañía –entre otras negras figuras locales-.
Yo sería feliz siempre y solamente paseando entre los caballos; abrevando su sed, con el permiso del dueño –siempre dan permiso esta buena gente- con polos de naranja.
Sin molestar a nadie.
Sin azuzar cual poseso irracional a los equinos.
Sin agarrar a nadie de su camisa, empujarle, zarandearle, ni haciéndole beber porquería. Disfrutar plácida y sencillamente de la compañía de las bestias y sus entrañables dueños, y de la gente normal que sin alaracas disfruta de una merecida tregua festiva.
Pero ya no es posible ello.
Y yo también bebo, ¿Qué os creeis?
Pero no agarro a nadie de las solapas, ni le insulto ni le obligo a ventilarse de un sorbo un repugnante mejunje.
Ni me humillo ante el figurante noble que ofende con su prepotencia al pueblo. Ni escucho los engolados y fatuos discursos jaleados cuando los profiere algún preboste derechista –casi siempre-.
Ni insulto al que no es de aquí.
Yo solo quiero ver pasar caballos imponentes; las bestias nobles y sus amos entrañables. Y notar el mágico discurrir del tiempo en jornadas interminables y agotadoras y a la vez fugaces.
Y ver a la gente normal disfrutar su fiesta.
Y escupo al suelo cuando veo a tanto presunto catedrático que ha logrado politizar las fiestas. Y que a la vez que se ha dedicado a pregonarlas inculca el odio hacia el visitante.
Y al que me agarra de la camisa y me insulta con su borrachera predispuesta al odio, que se encomienda al santo para perdonar sus fechorías.
Y al pantalones amarillos, degenerado y zafio.
Y a tanto tonto que se llena la boca de ser más “fiestero” que nadie, pero cuando llegan los caballos, se marcha al sótano inmundo a escuchar a Julio Iglesias.
Mientras yo intento ver pasar y caminar entre las nobles bestias y sus sufridos dueños, huyendo de los zarpazos, empellones y requerimientos de tanto patán suelto.
La mala gente lo es siempre: sobria, borracha, dormida, joven, anciana.
Y ronda muy mala gente por las calles estos días. Desinhibidos y pendencieros. Premeditados.
Que no me dejan disfrutar de las fiestas que me gustan más que nadie.
Meteos vuestro gin caliente y asqueroso donde os quepa.
Dejadme disfrutar de la fiesta.
lunes, 22 de junio de 2009
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