Que los efluvios de alcohol en el anochecer pegajoso provocan incluso arcadas.
Y vozarrones ya cascados profieren obscenidades a destajo -y canciones de amores imposibles, arrebatados y canallas de mujeres bellas y malas (¿Que diferencia hay?)- sobre panzurrones desatados ya sobre el cinturón tras la cuarta cerveza y entre vistos entre los botones de camisas ya de guerra.
Y alguna pobre bestia será sacada ya de la placidez de su pasto para ser manoseada por posesos electrizados.
La pose del borracho, ya sabéis, se exhibe ya hoy retadora y sorpresiva en cualquier calle: plantado sobre la acera con las piernas medio abiertas -a medio camino entre la pose de un cowboy descabalgado y un atacado de almorranas-, levantando un brazo a la altura del clásico saludo fascista, y en cuya mano porta un vaso ya de plástico de bebedizo dulzón (concitante de moscones) a la vez que le sobra algún dedo para señalar inquisidor.
Y amenaza con abrazarte y pringarte de viscosa mezcolanza de sudores y alcohol y restos de bocata de pelotas con tomate.
Mas todavía estos días, estos posesos pueden esquivarse.
Y los pantalones amarillos, ya planchados, aun dispuestos solo para el gran día, y aun cuando el color que destaca mas es el grana de su rostro entumecido por la curda, se perciben -aguerridos y obscenos ya- en el ambiente lascivo y ya decididamente envenenado.
Las fiestas. Ay! las fiestas.
viernes, 12 de junio de 2009
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