Se respira cierto.
Y falsas y cínicas sonrisas aditadas de inopinado parabien se regalan por doquier.
Y se disponen y tintan de nuevo los amarillos pantalones de guerra. Bien engrasada la bragueta -eso dira el y sus socarrones palmeros con permiso excepcional para cornamentas-. Que acaso no llegarán a consumar; astillandose fatalmente al primer derrote contra el bulto bamboleante; el espejismo nebuloso de las primeras ginebras bajo un sol de justicia. Que no enjagan los más pesados manjares. Pelotas con tomate incluidas.
Y se busca la camisa adecuada en combinación imposible. Basta alguna que no delate pronto los manchurrones de sudor apestoso y permita manteniendo su porte exhibir la cenicienta y pringosa pelambrera y la cruz de oro sobre ella posada. Y el chambergo desubicado de cafetero andino, o de tratante de bananas u otras mercancías ultramarinas.
Se acercan las fiestas.
Aquellas tan dichosas que para esta fauna algunos equinos lograrán perturbar.
miércoles, 10 de junio de 2009
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