Mañana es sin duda el día más duro para el acomodador de la Aurora. No ya porque el tinglado vaya a desbordarse de voraces comensales en pos de la crepitante ración de calamar patagónico capturado a espuertas con esfuerzo y tesón en los bancos de pesca del lidl, y haya que hacer malabarismos para distribuirlos y contener acaso intuidas e indecorosas trifulcas. El desborde, rebosabiento, exceso, desmesura, es habitual en el tinglado orgullososo instalado en la plaza a la que el bar da nombre; y ha sabido él siempre bregar con grandes contingentes; allí desde su atril con voces, palmadas, arqueos de cejas, chasquear de dedos; sin perder nunca eso si su porte gallardo y su garbo.
Pero mañana aparte que es toda la plaza la que va a convertirse en terraza, a través de ella va a discurrir una procesión y frente a ellos, como solemne colofón se interpretará un solemne entremés que requerirá de escrupuloso silencio. Algo difícil de lograr de los voraces comensales entrechocando cubiertos. Celebración que como cada año amenizará dicho ruido de fondo y aromará el genuino olor a fritanga. Y eso al acomodador de la aurora, como buen profesional le causa sinsabor.
Es mucha responsabilidad. Ahí frente a todas las autoridades.
Aunque dura poco, y entre el chunda chunda final que le animará y el tumulto aguerrido que luego intentará tomar posiciones le harán olvidar la tensión del momento.
Sus huestes tendrá ya preparado el materiar para disponer ristras e hileras de mesas y sillas que tomará luego del entremés la plaza. En la que es la interminable y más dura jornada de este curtido profesional. Esta institución.
El entrañable y orgulloso acomodador de la aurora.
Que un día tendrá en la propia plaza del mismo nombre un monumento.
Descansa ahora sereno el acomodador soñando sereno, contando retahilas de objetos de quita y pon si acaso no puediera conciliar el sueño.
viernes, 16 de enero de 2009
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