jueves, 12 de marzo de 2009

La vergüenza del puto dique

Que enmierda la bahía.

Hace aguas.

Por todas partes cual surtidor de parque con cañerías oxidadas.

Pero ahora -salvo la típica valoracion política de circunstancias (que ha tardado) echando la culpa a los otros- parece que nadie tiene prisa en su terminación.

Nadie.

Que -no obstante tanta puta crisis y tanto cuento- parece que el armatoste de los cojones, otrora erguido y arrogante y hoy aplacado, feo como el solo, obsceno corte de mangas monumental a la costa, copiosa cagada indisoluble, manchurron o vomitona en el horizonte, no era tan necesario ni tan urgente.

El puto dique. La mierda que con su mierda nos tenía que traer tanta riqueza.

Al final se ve la jugada. Unos satisfechos con las toneladas de cemento volcarse sobre el mar porque si, porque les gusta el cemento y el hormigón, y las gruas y los camiones, y con el monton de escombro en forma de yunque incrustado ya para siempre en la costa, junto a los chalets de los señoritos y medios conejos de la ciudad -ahí lo tenéis-; y otros, pequeñito burgueses venidos a más, felices también, pero porque se ha visto libres de la sórdida amenaza viendo como afortunadamente al fin se han ido cagar lejos de sus casas -aunque les moleste un poco la vista, no tendrán que soportar el olor a desagüe de yate, pescado podrido y gasoil-. Ni amararan los cadáveres de lisas y caplans intoxicados y reventados en sus rinconcitos particulares privatizados con su escalerita particular donde refrescarse el culo -el moreno ya lo tienen en febrero y en rayos uva- sin necesidad tener que bajar a la playa donde van los pobres.

Puto dique. Obscena cagada. Fábrica a su vez de mierda y cochambre.

Mil veces humillado por el mar furibundo que se le ha montado encima a la mínima marea.

Asqueroso engendro que de ingenio humano solo podría provenir.

Que ni puede ni podrá albergar los añorados por algunos mastodontes arrabaleros ambulantes que solo porque flotan se dicen de lujo. Obscenas barriadas móviles, fábricas de deshecho, albergues de lumpen, con su inevitable delincuiencia -aun sublimada y de cuello blanco- discurriendo silenciosas tapando los ocasos de la bahía otrora envidiable.

Allá se hundan.

Junto al puto dique.

Aquellos atardeceres rojos humillados por el dislate.

De hecho a los adalides del cemento -cierto es que preocupados también por otras coyunturas- poco parece importarles el retraso.

Con tal que se vaya haciendo.

Puto dique.

Malditos sean los que lo idearon y gestaron.

No hay comentarios: