Le han dado merecidas vacaciones.
Pero su enorme tinglado, en la plaza del mismo nombre sigue enhiesto y erguido.
Robusto y acogedor que hasta da calor -cierto es que se vale de estufas- a los octogenarios achacosos que pueden permitirse el lujo de refugiarse en el.
Ayer los vi montando una humeante timba con sus carajillos de Amazonas y su Breva.
Ni fuera de temporada pierde la plaza su estampa y sabor ya característicos que le da el tinglado.
Es por ello que es más que nunca la plaza de la Aurora.
Y si descansa el acomodador, su elato atril, su púlpito solemne lo ocupará con desparpajo el amo del tinglado.
En el Lidl escasean ahora las rabas de calamar patagónio que crepitantes amontonados en enormes platos flotan en animado mediodía de sábado. En el tinglado de la Aurora. En la plaza del mismo nombre.
Hasta he creido ver a la cuadrilla del pantalones amarillos, vestido este hoy de gris. Y arrebolado de rostro cargado de ginebras.
sábado, 22 de noviembre de 2008
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